Sapientia Amoris
27 abr 2023
La caridad conyugal tiene su fuente específica y permanente en la Eucaristía y, a su vez, encuentra su expresión plena y su alimento supremo en la Eucaristía. Ambas realidades se implican y se explican mutuamente. Ahora bien, dado este mutuo reclamo entre Eucaristía y caridad conyugal, es preciso preguntarse: ¿hasta qué punto los esposos cristianos se han apropiado existencialmente de ello? ¿Es posible que en el matrimonio se viva esta realidad con un cierto extrinsecismo? Tendemos, quizá, a ver esa gracia específica del sacramento del matrimonio, que es la caridad conyugal, como algo que se nos añade desde fuera, como algo que viniese a suplir y paliar las limitaciones propias de todo amor humano, sin darnos cuenta de que, en realidad, esa caridad conyugal que mana de la Eucaristía es un dinamismo permanente del Espíritu, que fluye y vivifica desde dentro la vida y el amor de los esposos. La caridad conyugal que nace de la Eucaristía ayuda a romper el círculo cerrado de un amor esponsal finalizado a sí mismo, un amor que “da” pero que no “se da”. En lugar de hacer de esa esponsalidad cristiana que se vive en el matrimonio un ejercicio de caridad conyugal, corremos el riesgo de vivir esa conyugalidad sin la caridad que fluye de la Eucaristía, como si ambas realidades pudieran ser autónomas. Esto, sin embargo, es dar forma específica y peso propio a ese drama agudo de la separación entre la fe y la vida, drama que puede llegar a convertirse en un estilo, pacíficamente asumido, de aparente cristianismo.