El lenguaje sexual es el lenguaje del amor. Si nos fijamos, en él los esposos se están transmitiendo su mutua valoración como personas, con una sagrada dignidad, desde la mirada y los actos del otro. El acto conyugal nos revela que somos infinitamente valiosos, y nos lleva a reconocer a la otra persona como infinitamente valiosa, con un valor y una dignidad absolutamente superiores a todo lo no-personal, y única, distinta —elegida—, con referencia a cualquier otra persona.

Por el contrario, eliminar el significado del acto sexual despersonaliza a la persona, la devalúa, la cosifica. Psicológicamente, quien es utilizado sexualmente —aunque utilice a su vez al otro—, recibe el mensaje de que no es reconocido en toda su profundidad, de que solo es un objeto de placer temporal. La mujer, especialmente, recibe el mensaje de que como persona no vale nada, y el hombre recibe el mensaje de que no se espera nada de él. Él se acostumbra a despreciar a la mujer, y ella aprende que no se puede ni merece la pena confiar en el hombre.