Tesinas
1 feb 2012
La inquietud que me llevó a interesarme por este tema A lo largo de los últimos diez años he colaborado en diversas iniciativas de pastoral familiar. Con frecuencia tengo la oportunidad de acompañar a jóvenes que sienten una profunda atracción por la vida matrimonial y esperan, con mucha inquietud, que aparezca la persona adecuada con la que poder casarse. La inquietud se convierte a veces en ansiedad. El hecho de que aparte de la voluntad propia y la de Dios, se requiera el concurso de una tercera libertad hace que la espera se tiña de mucha incertidumbre. ¿Y si al final “el otro”, ese/a que Dios tenía pensado para mí no responde, no aparece? ¿Dónde queda mi vocación en la vida?
¿Podré vivir con sentido? ¿No depende mi vocación y por tanto mi felicidad de esa libertad desconocida que no sabemos si acertará a responder adecuadamente? Percibo una especie de “miedo escénico” a la soledad (de no casarse cuando uno quiere) y me he preguntado muchas veces hasta qué punto las personas a la hora de decidirse a dar el paso de comprometer la vida lo hacen con un nivel de libertad suficiente.
El “coco”, la situación temida, sería la soledad. ¿Qué es la soledad? Es Dios mismo el que según el relato del Génesis reconoce “No es bueno que el hombre esté solo”. ¿Es entonces la soledad una situación existencial tan mala que irremediablemente el hombre tiene que salir de ella?