Sapientia Amoris
1 nov 2009
“Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo” (Lc 15,31). Estas palabras puestas por San Lucas en boca del Padre misericordioso y dirigidas al mayor de los hijos, el que siempre estuvo en casa, son, al mismo tiempo, la expresión más genuina de un encuentro personal, y la promesa de un futuro que en sus palabras se explicita. El hijo reconoce en esta exhortación el valor de la presencia del Padre en su vida, que hasta entonces no había descubierto, pues ponía la medida de su servicio solo en relación a sus deseos, por ignorar el amor paterno recibido. Con ello, descubre cuál era su auténtica herencia que no consistía en bienes perecederos como creyó antes el hijo menor, sino el bien inmenso que brota de saber vivir “para el padre”. Esta herencia es un elemento esencial a lo largo de la parábola y si pudiera parecer que queda oculta o juega un papel secundario, en realidad, su valor es tal que se la podría llamar con todo merecimiento la parábola de la “herencia maravillosa”.
Si la parábola empieza con el hijo menor que pide la herencia al Padre y la malgasta, su verdadero contenido se ha de interpretar a partir de las palabras del Padre que explican el significado de este hecho y con las cuales se cierra brillantemente el relato: “este hermano tuyo estaba muerto, y ha vuelto a la vida; estaba perdido, y ha sido hallado” (Lc 15,32) y que son una invitación al hermano para que participe del afecto del Padre (cfr. Lc 15,24). La herencia no es una serie de cosas que uno pueda usar a su arbitrio: sino una vida que uno ha de llevar a plenitud. Se puede perder la vida de hijo, y uno aunque parezca vivo, estar muerto (cfr. Ap 3,1). Se pierde la herencia y “se muere” por vivir lejos del Padre[1].
La herencia de estos hijos nos manifiesta así el sentido de la vida del hombre. Ha de consistir en reconocerse como hijos, vivir agradecidos a quien nos ha dado, con la vida, un camino para encontrar la verdad de la propia existencia. Encontrar este tesoro es un paso decisivo para cualquier hombre en la búsqueda de su identidad.
[1] Cfr. Juan Pablo II, C.Enc. Dives in misericordia, n. 5 d: “El patrimonio que aquel tal había recibido de su padre era un recurso de bienes materiales, pero más importante que estos bienes materiales era su dignidad de hijo en la casa paterna.”