La originaria fuente del amor: el Corazón traspasado

Juan de Dios Larrú

«Ves la Trinidad si ves la caridad» (S. Agustín, CCL 50, 287). Esta sentencia de S. Agustín, que entrelaza estrechamente al hombre, el misterio trinitario y el don de la caridad, se encuentra en el corazón de la encíclica, estableciendo como el lazo de unión entre los dos hemistiquios del díptico que la componen. Captar la correspondencia y la unidad de las dos partes del documento es esencial para descubrir el significado último del mismo. Ya el versículo con el que se abre la encíclica, tomado de la primera epístola de S. Juan, apunta a esa mutua y dinámica relación entre Dios y los hombres por el lazo de la caridad a través del verbo permanecer. La permanencia, la durabilidad en el tiempo, es nota propia de la caridad como un nexo de unión que implica la mutua permanencia de aquellos a quienes une. El agápē que une a los hombres entre sí y con Dios se encuentra, para el obispo de Hipona, en íntima relación con el Espíritu Santo (J. Granados, 2002). La clave para esta afirmación la encuentra Agustín en la Escritura, más concretamente en el Evangelio y la primera carta de S. Juan. La obra propia del Espíritu Santo es realizar, hacer posible esta permanencia de la caridad.