Vocación al amor y teología del cuerpo

Juan José Pérez-Soba

“Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo” (Lc 15,31). Estas palabras puestas por San Lucas en boca del Padre misericordioso y dirigidas al mayor de los hijos, el que siempre estuvo en casa, son, al mismo tiempo, la expresión más genuina de un encuentro personal, y la promesa de un futuro que en sus palabras se explicita. El hijo reconoce en esta exhortación el valor de la presencia del Padre en su vida, que hasta entonces no había descubierto, pues ponía la medida de su servicio solo en relación a sus deseos, por ignorar el amor paterno recibido. Con ello, descubre cuál era su auténtica herencia que no consistía en bienes perecederos como creyó antes el hijo menor, sino el bien inmenso que brota de saber vivir “para el padre”. Esta herencia es un elemento esencial a lo largo de la parábola y si pudiera parecer que queda oculta o juega un papel secundario, en realidad, su valor es tal que se la podría llamar con todo merecimiento la parábola de la “herencia maravillosa”.